Los Jardines de la Alhambra y el Generalife

Entre los siglos XIII y XV los andaluces ​​nazaríes convirtieron el cerro de la Sabika, en Granada, al escenario de un modelo de integración perfecta del paisaje, arquitectura, jardinería y gestión del agua. Muchos siglos después, el extraordinario conjunto monumental islámico de la Alhambra y el Generalife continúa dando testigo de una manera de vivir en armonía con la natura disfrutando de aromas, flores y frutos. Lecciones de sostenibilidad para el siglo XXI.

 

En la Alhambra, y en el Generalife, los patios y jardines son parte esencial de la arquitectura. El agua y las plantas introducen la naturaleza en el interior de unos palacios concebidos para el gobierno pero también para los placeres de la vida. La brisa circula transportando el aroma de las flores. Los surtidores, acequias y balsas refrescan el ambiente y crean un dulce microclima. En el Generalife, donde los reyes moros se retiraban en verano para disfrutar de aires todavía más frescos, el agua hace posible verger de los jardines y las huertas, que coexisten desde el siglo XIII, enseñando que la belleza puede ser compatible con la producción.

 

Los jardines de este complejo palaciego, a pesar de que a lo largo de los siglos se enriquecieron con aportaciones renacentistas, barrocas, románticas, neoislámicas y contemporáneas, conservan su impronta medieval nazarí, basada en una estricta geometría, con un eje central en general ocupado por una fuente, una cadena o un lavadero que refleja la arquitectura.

El agua es doblemente protagonista: hace posible la vida gracias a un sistema de riego basado en norias, acequias y aljibes, pero a la vez da juego a las fuentes, surtidores, espejos de agua e incluso una célebre escalera. El verde se dispone en parterres ajardinados de diferente complejidad. En los espacios vacíos: mármoles *sumptuosos, las tonalidades minerales de los empedrados, el rojo del ladrillo, el toque multicolor de las baldosas (el césped no es de este mundo!).

 

Una jardinería fundacional

«Que bonito es este jardín«… dice una inscripción árabe donde las flores de la tierra rivalizan con las estrellas del cielo! «Qué podrá compararse con la taza de la fuente de alabastro llena de agua cristalina? Nada más que la luna en su apogeo, en medio de un firmamento sin nubes!«, Cita el escritor norteamericano Washington Irving en sus célebres «Cuentos de la Alhambra». Se refería en el Patio de Lindaraja, en sus inicios un jardín-huerto abierto al paisaje y, desde el siglo XVI, con la construcción de las habitaciones del Emperador, cerrado en forma de claustro.

 

La poética descripción podría aplicarse, pero, a cualquier de los jardines del complejo, desde el minimalista Patio de los Arrayanes, al Palacio de Parteras, con sus largos vallas de arrayán perfectamente cortados en los flancos de la gran lavadero-espejo, a los bellos jardines alrededor del palacio de Partal o del Pórtico, que se levanta ante un gran lavadero, una área del complejo de notable interés paisajístico gracias a las intervenciones llevadas a cabo a lo largo del siglo XX.

 

El Patio de la Acequia, un arquetipo

Pero si tuviera que escoger un arquetipo, sería el Patio de la Acequia del Generalife, probablemente el jardín más antiguo de Occidente que ha conservado este uso desde sus orígenes. Es un patio de crucero con cuatro parterres ajardinados bajos, con la Acequia Real como eje principal, sobre la cual saltan los chorros cruzados de los surtidores.

Los jardines se han restaurado recientemente según una serie de estudios que han permitido determinar la configuración actual: vallas de arrayán junto a la línea central de agua; cuadros de cultivo, formando un tapiz de herbáceas anuales y vivaces que mantienen un fondo de colores cambiantes a lo largo del año, sobre el cual despuntan diversas matas de aromáticas y rosales. Y junto a los andenes menores, cuatro granados que refuerzan simbólicamente la conjunción y frecuente uso aquí de plantas ornamentales y hortícolas.

 

Especies introducidas por los árabes

Muchas de estas especies fueron introducidas por los árabes a la Península. Por ejemplo los jazmines: hoy, en el conjunto nazarí emanan su perfume siete especies diferentes, que florecen desde julio a febrero en cenadores, vallas y muros, entre ellas el robusto Jasminum officinale f. grandiflorum, de flores de grandes dimensiones. También trajeron los naranjos y limoneros, a esta fruta de primavera se suman los jugosos frutos, y las rosas de Damasco, un tipo de rosal antiguo de exquisito perfume.

 

A rosas damascenas olían seguramente los ambientes pero también los habitantes de los palacios, puesto que sus apreciados aceites esenciales eran entonces, y hoy, el ingrediente principal del agua de rosas, que perfumaba el cabello y los textiles que se usaban en las estancias y el hammam.

 

Pero los árabes también trajeron por primera vez a los jardines especies mediterráneas como los lirios, que hoy florecen a los parterres del Patio de la Acequia. Y hay testigos de algunos de los más insignes agrónomos de los siglos XI al XV, del uso en jardinería de las adelfas, la diflà árabe, que hoy conforman el túnel vegetal del Paseo de las Adelfas en el Generalife.

 

Pero además, como iba a faltar el granado, considerado uno de los árboles del Paraíso por los musulmanes? O el oscuro y oloroso ciprés (Cupressus sempervirens)? Violas, claveles, violetas aportaban color y fragancia, en cambio otras especies se escogían sólo por su aroma, como el espliego, el romero, la menta, el orégano y la albahaca.

 

De las 630 estirpes vegetales de carácter ornamental y hortícola que comprende el catálogo actual del complejo nazarí, casi un centenar se cultivaban en época medieval. Las que se fueron sumando a lo largo de los siglos, como las espectaculares buganvilla, árbol de Júpiter y rosal de Banks, siempre tuvieron en común su capacidad de adaptación a las singularidades de la tierra y el clima de la zona.